Mérida, Yucatán, a 4 de octubre del 2024.
Querida D.
Te escribo estas líneas desde mi estudio, ha requerido mucho esfuerzo, pero, finalmente esta habitación se ha vuelto acogedora, la cama arrimada a la ventana con Pelusa siempre ahí, fingiendo que sueña pero atenta a si intento dejarla.
Aquí ya está oscuro, el sol se nos ha ido (apenas a las 5:25 pm) y dos luces a mi izquierda (una vela y una lámpara) alumbran de manera tenue y me acompañan mientras escribo.
Fletwood Mac me acompaña con mi Alexa que ahora también se ha venido al estudio. Está mi izquierda donde me trata de asistir, torpe y testaruda como acostumbra pero fiel a su programación. A la derecha está la bicicleta, a la cuál ya me he subido ocho veces, voy poco a poco desquitando su costo, y no me refiero solo al dinero. Me gusta verla, me recuerda mis épocas en las que me perdía dos o tres horas arriba de una, aspirando.
A la derecha, está el sillón azul de lectura, en ocasiones usado para pensar, en otras, para estudiar las teorías psicoanalíticas que me apasionan, en otros, para sostenerme cuando siento que se me viene el mundo encima.
Mi Darth Vader, en ocasiones prendido, a veces apagado, un par de cuadros, y mi mención honorífica y diplomado adornan una esquina. Atrás en el closet (ahora cedido - con gusto- por completo en su interior a la ropa de mi novio) está la bandera gay, me recuerda quien soy y me gusta que salga en primer plano en todas las videollamadas en las que participo. Casi todo lo tengo a la izquierda, y la bandera permanece aquí como recordatorio, que todo debe ser a la izquierda.
Por supuesto, es viernes y he decidido concluir el día laboral y universitario, por lo que me acompaña una copa, rellena de un líquido dorado-verdoso. Un chardonnay, seguro los recuerdas, la uva te gusta, es una que sabe a durazno .Tus palabras exactas para describirlo serían "ácidito" y "está fuerte" después de dos copas el calor te subiría ( o bajaría) por la garganta y te haría sudar, de la forma tierna y antojable que acostumbras.
Siempre me he preguntado ¿Qué te hace el alcohol? Pocas veces he visto su efecto en ti, sobre todo cuando va acompañado a sabores de pastel, de cheesecake, con un retrogusto largo y dulce. Recuerdo esa noche, entre fuegos y sueños cumplidos que de forma juguetona (y que insistes en negar) cuando probaste la crema de tequila y te inhibiste. ¿Llegará el día que conozca realmente a ese inconsciente que aflora cuando inhibimos tu consciente?
Lo que si sé es que el alcohol últimamente me hace bien, me ayuda a transitar por esta vida complicada, compleja y sufrida. Me recuerda que no soy victima y soy amo de mis decisiones, lo uso como catalizador, como inductor y no inhibidor. Me propulsa a construir y tomar las decisiones que mi consciente a veces no podría tomar, porque se refugia entre sus miedos. He actuado en como tomarlo, cuándo hacerlo y los efectos que quiero sentir, hoy lo controlo y no él a mi.
Me quedé pensando en tu cumpleaños. En mandarte algo, pero cualquier cosa que decida mandar me estorba. Me explico: No soy el Edwin acaudalado que era y sobre todo el dinero y su forma de conseguirlo me ha causado un sufrimiento indescriptible. Por lo que busco, (consciente e inconscientemente) el apartarme de él y de sus tentáculos (como los de Medusa)
El mismo acto de mandar algo, requiere algo. Incluso analicemos juntos la palabra mandar: Un emisor envía algo a otra persona y el medio requiere un catalizador: Dinero. De lo cuál me quiero alejar, establecer relaciones sin ese significante tan dañino, destructivo y ponzoñoso,
He decidido redactarte y enviarte esta epístola (carta), pueda ser que solo sea una colección desordenada de mis pensamientos, sin embargo son mi herramienta y mi voz, un regalo suficiente y más generoso que cualquiera que se consiga con el billete.
Mientras te escribo hay truenos de fondo, estremecedores. Como te conté, el otro día, uno de ellos tocó la pared de la privada, su voltaje (potencial de acción) y electricidad trastornó todo, dañando luces y aparatos.
Nos quedamos a oscuras.
En una visible y opresiva oscuridad.
¿Cómo podemos controlar una fuerza tan destructiva cuando toca a nuestra puerta? ¿Podemos ponerle un alto?
La depresión es similar, nos golpea en nuestra puerta y por más preparados que nos creamos, por más seguros que pensemos que somos, terminará colándose por nuestras rendijas y dañándonos, ocasionando fallas en nuestros órganos, sistemas, conexiones nerviosas, sinapsis neuronales y neurotransmisores. Pensaremos que somos inútiles, viles parásitos que no podemos levantarnos de la cama y que no tenemos motivos para vivir. Lo peor es que es una perfecta desconocida, silenciosa asesina, si gritara como una mandrágora podríamos arrancarla de raíz y desterrarla, pero no grita, se afianza y pernocta en nosotros.
Hay algo que aprendí en mi transitar por la oscuridad. Y es algo que las neurociencias, la psicología, el psicoanálisis ni nadie ha logrado explicar.
Quiero que pienses en un colibrí. Los conoces bien, a veces, creo que son tu padre, reencarnado, que nos visita (a pesar que a veces pienso que se encuentra en los murciélagos, en las palomas negras y en la oscuridad) Los colibríes nunca dejan de volar y solo entran en un estado de reposo en las noches o cuando no encuentran comida, se llama topor, un breve estado de reposo. Pero cuando no descansan, pueden volar en todas las direcciones posibles, incluso hacia atrás.
La voluntad es un pequeño colibrí que revolotea en nuestro psique, personalidad o si somos espirituales; en nuestra alma. Los colibríes son menos rápidos que los relámpagos, pero más consistentes, persistentes y fuertes. Nunca se rinden.
Nada ni nadie nos quita al colibrí.
Nada nos quita la voluntad.
Se enlaza, envuelve, entreteje en los confines de nuestra mente, se esconde, pero jamás se puede inhibir ni anular, es parte de nuestra rueda giratoria de vida, es parte de vivir, ningún antidepresivo la impulsa. Y está dentro de nosotros y nos saca adelanta.
Y cuando la mía se entretejió y se enredó, entre ramas de oscuridad, llegaron voces que me dijeron que no podía vivir sin ti, pero vaya, llegará el día en que realmente tenga que vivir sin ti y debo aprender a hacerlo. Por eso y otras cosas más decidí vivir a la distancia y sentirme orgulloso de lo que logro cada día, por mi y para mi.
Pero aprendí que la distancia también es cercanía y encuentro tu aroma en las notas que me dejaste, veo tus mirada brillosa y llena de vida en los cuadros que adornan mi cuarto y aún sueño cuando me cantabas en las noches. Se que estoy contigo y tu estás conmigo, de una forma diferente, no simbiosis, distancia pero llena de cercanía.
Espero ver a tu colibrí volando también, aunque el vuelo no es perfecto es importante saber que no necesitamos volar acompañados, solo debemos de hacerlo, volar.
Y cuando volamos, la vida misma nos impulsa a volar.
Siempre volar.
Con amor: Eddy.
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