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Foto del escritorEdwin CQ

No hay nada roto.

Actualizado: 26 ene

Despertar, por bastante tiempo, fue una actividad dolorosa. Darte cuenta que ya no estás soñando y que es tiempo de volver a tu realidad, a la soledad apabullante de estar contigo mismo. Hoy, despertar ya no significa nada y por nada me refiero a cuando abro los ojos no pienso en algo o alguien específico, tampoco siento algo en concreto, solamente despierto y la nada me envuelve en una especie de paz, propia del acto mismo de dejar de soñar.


Ese despertar se une, en esta ocasión, con el sonido de los pájaros, que fuera de mi ventana componen un melodioso soneto, mucho más vibrante y estruendoso que en los días anteriores, me recuerda a mi infancia, en una casa donde los pájaros si se escuchaban, pero también me recuerda a Cancún, a esos infinitos despertares donde detrás de mi ventana podía escuchar y ver el mar. La sensación me arrolla y me permito, por primera vez en veinte días, seguir en un sopor de sueño ligero.


Suspendo esta alegoría, cuando estoy a escasos veinte minutos de empezar mi día, con prisas, un baño rápido, correr desnudo y bajar a por la computadora. Bajar siempre es lo peor, o al menos eso es lo que Mariana Enríquez nos dice. Hoy no es la excepción ya que bajo esperando encontrar el desastre de la noche anterior, los recuerdos vienen a la mente de una noche más de excesos, sin embargo lo que encuentro no me asusta, solo una copa vacía con restos del tinto que embriagó mi mente el día anterior; no hay nada roto, nada está roto. Lo repito como un mantra, palabra tras palabra, mientras cruzo la sala-comedor hacia mi estudio y tomo la computadora, llevándola conmigo a mi habitación.


Aquí, a diferencia de mi antigua casa de Querétaro, el baño de la master suite es enorme, para una persona resulta gigante, en el larguísimo lavabo hecho de chukum, cabe perfectamente mi computadora mientras me rasuro apresuradamente, recordando que hoy tengo evaluación de mi voluntariado y me será requerido prender la cámara, me apresuro también con la aplicación de los productos de la piel (nada pegajoso ni que requiera tiempo o que no me haga lucir natural), y del cabello, una playera negra (mi obsesión actual) que haga contraste con la palidez de mi rostro y que combine con el brillo de mis ojos oscuros.


Me gusta lo que veo en el espejo, otra novedad que cada vez va adquiriendo más y más fuerza.


Bajo de nuevo las escaleras, con el pensamiento in crescendo de que la noche anterior que consideraba había sido una más de excesos no lo fue, califico mi forma de paliar el dolor con vino en esta ocasión como aceptable, al comprobar una vez más, no sin admiración que efectivamente; no existe nada roto, ni conductas de riesgo, inmorales o en contra de mis principios de justicia, voy bien.


La evaluación transcurre de forma aburrida, realizada con muy poca información, lo que no permite obtener comentarios certeros, alguna que otra idea que juzgo interesante y la anoto, lo más interesante fue la aparición del perro de la persona que me daba retroalimentación, lo que si noto, conforme esta evaluación continúa, es que mi cansancio crece y crece y una vez terminando la evaluación y después de desayunar generosamente empieza a ser un malestar general, empezando embotar mi cerebro.


Vuelvo a evaluar si la noche anterior hubo algún acto que contribuyera con este cansancio y no lo encuentro, compruebo que dormí según mi reloj más de 7 horas, me empiezo a preocupar, recuerdo la última vez que mis sentidos fueron embotados por cansancio y no es nada alentador, debo reconocer que me estremezco con miedo de reconocer a esa perfecta desconocida y también bastante familiar; la depresión, me rindo ante el cansancio y al terminar mi voluntariado me abandono a una corta siesta que no tiene nada de reparador; al despertar el cansancio está acentuado.


Necio (como acostumbro) me empecino a creer que es depresión y que no la dejaré entrar, quien ha pasado por eso sabe que no hay que dejar entrar al rival porque es astuto y fácilmente puede apoderarse de nosotros, así que me levanto, pongo la capacitación pendiente en el celular y vuelvo a bajar, en esta ocasión decidido a acabar con los trastes pendientes del día anterior, ya que se acumulan tan rápido como las deudas, más aún ahora que estoy haciendo mis tres comidas (sin tregua) en casa, cocinadas por mí, con intensidad, buena cadencia y monotonía friego los platos sucios, determinado a no dejar ni uno pendiente y limpiar los vestigios, de paso, de mis excesos.


El cansancio parece acumularse mientras preparo mi salmón de hoy, vieja receta evolucionada, con aceite de oliva, de aguacate, especias, perejil, eneldo, y ahora adicionada con vegetales orgánicos en un pan de pita para hacer una especie de tacos baja, sanos y a mi estilo, dejo sentir el cansancio mientras como y al terminar, puedo respirar bastante aliviado al descubrir un incipiente dolor de garganta y cansancio en mis extremidades, seña inequívoca que parece ser una vieja faringitis recurrente, de esas que ya sabes como atacan y las cuáles son posibles de neutralizar recurriendo al negocio corrupto e inhumano conocido como: Medicina.


Una hora después estoy dejando que el médico me examine la garganta después de un interrogatorio breve y conciso, luego viene la receta inmensa de antihistamínicos, jarabe para la tos (apenas mencioné que tenía una tos incipiente, pero para el médico no importa- quiere que compre el jarabe), antinflamatorios y antibiótico, solo compro el último y me retiro a casa a con mucho gusto dejarme sentir el cansancio y relajarme porque es algo que no puedo controlar y del cuál no tengo que luchar (al menos conscientemente) ya se encargará mi sistema inmune (y la Cefixima de evitar que las bacterias formen su pared celular) mientras veo televisión.


Una película de terror sin trama pero patrocinada por Quentin Tarantino es mi elección, grotesca como esperaba, no decepciona, después, el último capítulo de la última temporada de Shark Thank, hay muchos pendientes de la oficina que resuenan en mi mente pero no los escucho, me rindo a recuperarme apaciblemente, mientras recuerdo un poco la frase de Padme antes de morir "hay bondad en él Obi-Wan, aún queda bondad en Anakin, estoy segura"


Me recuerda a mi analista sugiriendo lo mismo (aunque completamente en otro contexto), me pregunto si el vacío que encuentro al final del día, que se traduce en soledad apabullante, ese sentimiento de no poder estar conmigo mismo porque no me soporto y que intento paliar con indoor cycling, dando mis clases, al leer, escribir, dibujar o embriagarme no podrá ser sostenido con bondad, es una idea interesante que me dejo sentir y analizar, mientras la luna hace un triángulo perfecto en mi terraza, admirando la increíble arquitectura de este lugar que tiene todo para convertirse en hogar.


Supongo que hoy escribo diferente, no hay nada roto.


Edwin CQ. Mérida, Yucatán, 26 de enero del 2024.



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